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Ignacio fortún


    En los paisajes escritos de Pavese las colinas se identifican con el tiempo. El campo es una metáfora de la ciudad y viceversa. Es en las cosas más simples donde pervive el mito, y el poeta lo percibe intuitivamente. El paisaje es siempre un paisaje quemado; nos lo muestra una necesaria acción destructiva del lenguaje, que lo quema y lo borra a la par que lo delata y cuenta. El hombre es incompatible con la naturaleza y ésta es imprescindible para él, madre y tumba, de modo que el paisaje lo es siempre con figura. La égloga disfraza a la elegía. Del mismo modo que la ciudad es un disfraz del campo. En uno de esos poemas que Pavese titula “paisajes” aparece una mujer que nada en un río. Todo se detiene y la única que se mueve es ella. Dentro del agua, o mejor, en el terreno de nadie de la superficie, la mujer pierde su cuerpo. Hay algo extraño en la conclusión del poema, cuando ella sale y otro personaje entra al agua. Se nos dijo, en el primer verso, que a la nadadora la acompañaban dos hombres, fumando en la orilla. Pero al final, Pavese no nos dice que “uno de ellos” se zambulla, sino que “uno de nosotros” nos lanzamos al agua.

    Ignacio Fortún nos hace entrar en un universo particular y cerrado. Pero los sueños nos han enseñado de antemano a asumir su rareza, de modo que nos hallamos pronto como en casa. No nos extrañan las piscinas sobre las azoteas, ni los cauces de agua por páramos o bosques. En la mirada inaugural de su nadadora ensimismada, descansando sobre la corchera, están todas esas visiones. Al lanzarnos al agua, como la mujer de Pavese, perdemos el cuerpo. O ganamos un cuerpo diferente, cosa de la que entiende la Escatología. Una de las imágenes fuertes de Ignacio Fortún es la procesión de los nadadores que, montados sobre vacas o bueyes, desfilan por un paseo marítimo, frente a los bares y los apartamentos playeros. En la realidad aparente se cuela la otra realidad. La imagen del hombre sobre el bóvido enlaza con las ilustraciones de una leyenda zen. Y el animal que nos guía hacia el horizonte, punto de fuga de la perspectiva, es avatar del psicopompo, del ser que acompaña al hombre al más allá. No es nuevo que la natación se vincule a la muerte o al olvido. El catártico “nadador” de Cheever se fabrica un río de piscinas que lo conduce desde la desmemoria a un despertar parecido a la muerte. El saltador de la tumba de Paestum, se lanza al agua amniótica, aunque en la otra orilla sepa que ha esperarle un juicio. No hallará olvido sino despojo. Allí no sirven ni propiedades ni engaños; la desnudez es el vestido del nadador. Una parecida desnudez expresiva va aligerando las formas en Ignacio Fortún. Obras como Despedida o Travesía recuerdan en su composición a las elegías arquetípicas del paisaje clásico, las escenas de embarque y despedida que pintó Claudio de Lorena. Pero se aproximan también a la ligereza de la pintura oriental.


Fragmentos del texto de Alejandro J. Ratia


Los nadadores

11 de febrero-13 de marzo 2015

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