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Pepe Carazo, Francisco J. Castro, Evencio Cortina,

Jesús Lozano Saorín y Justo San Felices



    Aurora Charlo ha elegido para esta muestra a “cinco maestros de agua”: compañeros de travesía, pintores de técnica depuradísima, soñadores del color y de la composición. Ellos son: Pepe Carazo, Francisco J. Castro, Evencio Cortina, Jesús Lozano Saorín y Justo San Felices. Cinco modos de trabajar, cinco poéticas del cromatismo, cinco caminos que se alejan y se encuentran en un único centro: el de la creación, el del sueño, el del viaje.


    Pepe Carazo es un pintor de recuerdos y de atmósferas. Uno de sus temas predilectos son los trenes: esas locomotoras que se cruzan, esas máquinas que irrumpen desde un pasado intemporal, con sus bufidos y sus columnas de humo, esos trenes de antaño que avanzan, resuellan o se detienen como refugios de la memoria: en ellos hemos viajado, hemos vivido historias de amor, hemos sentido los traqueteos de la vida. Carazo sabe darles una atmósfera especial, deliberadamente desdibujada: sugiere, crea masas de colores oníricos, algo que también hace con sus obras más abstractas. Cuadros de huella lírica, cuadros que nos seducen y nos atrapan como un suspiro de luz.


    Francisco J. Castro es un maestro del paisaje. Le apasiona la naturaleza invernal, esas estampas de nieve, tan evocadoras, que invitan a recogerse, a mirar el mundo desde un lugar seguro. A Francisco J. Castro le atrapan esos bosques que se han llenado de nieve, surcados por un río que copia los árboles oscuros, le atrapan esos paisajes que esconden un secreto tras la enramada. Él se enfrenta a ellos con parsimonia, con hondura, con todo el tiempo, y los refleja con elegancia y armonía, con vibración de color y con temblor de cuerpo y alma. A menudo, quizá sin pretenderlo, resulta un pintor metafísico que desmenuza una desolación indecible.


    A Evencio Cortina le apasiona el bodegón y el paisaje. Quizá incluso más este último. Pero no exactamente el paisaje idílico, ese que alude a una suerte de Arcadia o un territorio más o menos sublimado sobre el papel. A él le gustan los puentes, las fábricas, las industrias: se acerca a ellas como quien se acerca a una gran representación, a un amasijo de formas, de colores, de reflejos y de atmósferas con una acuarela suelta, evocadora, transida de sombras y de matices. En un artista tan intenso, hay otra constante: mira desde dentro, desde detrás de la ventana. Le interesa ese marco inicial, el cuadro que se abre a otro cuadro inmenso e inagotable de la naturaleza extendida, con sus heridas de luz.


    Saorín encarna el hiperrealismo, el lenguaje del tiempo sobre los objetos. Su mirada tiene una huella arqueológica, un registro intemporal, de texturas y de rastros de la memoria. Podría decirse que sus acuarelas son un ejercicio prodigioso del arte del bodegón que dice y sugiere lo máximo con muy pocos elementos, siempre muy escogidos: esa figura central que reclama nuestra atención inicial, aunque de inmediato vemos que hay mucho más: el fulgor del ayer, la transparencia de la memoria que se fija para siempre en una pieza muy elaborada.


    Justo San Felices quizá sea el artista más abstracto de todos. Otro artista de la sinfonía del color. El poeta visual de un cromatismo que se expande y que a menudo parece próximo al universo de Miró, de Klee o de Kandinsky. Sus acuarelas tienen la metamorfosis de los sueños, la presencia de un enigma, la exaltación de la mancha. Los cinco son distintos y a la vez complementarios. Cinco miradas de agua. Cinco maestros de la técnica que saben transformar la realidad y convertirla en una arrebatada lección de belleza.


cinco miradas de agua

3 de junio  - 9 de julio 2010

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