Natalia Escudero sitúa el blanco en el centro del discurso: el blanco es el blanco. Sin embargo, su propuesta poco tiene que ver con las cualidades inmaculadas de este color, más bien lo contrario. El blanco es el revestimiento que esconde otras capas tras de sí. No hablamos de un folio a estrenar, sino de un papel utilizado por el tiempo. La pátina se posa con discreción y suavidad. Así se entienden las paredes de la antigua casa de la familia de la artista, como un lienzo imprimado de pasado.
La vivienda fue un redescubrimiento para Escudero que, años después de la muerte de sus abuelos, empieza a trabajar en ella y establece una relación de intimidad con sus muros. Tras una primera etapa de respeto y distanciamiento hacia una atmósfera cargada de fantasmas, la artista advierte colecciones de objetos: libros, papeles, figuras…Toda una serie de huellas, cubiertas por el polvo, esperando ser rescatadas. Algunas de ellas están presentes en la exposición. [...]
Natalia Escudero ha invertido el orden para dejar hablar al vacío. Ahora es el espectador quien decide cómo y de qué manera colmarlo, si es que acaso fuese necesario.
Fragmento del texto de Nerea Ubieto